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Érase una vez...

  • Foto del escritor: Sergio Moragas de la Fuente
    Sergio Moragas de la Fuente
  • 28 oct 2019
  • 3 Min. de lectura

...a principios de los años ochenta un pueblo de la provincia de Girona. Un pueblo lindo, tranquilo, un paraíso de Ia naturaleza. En aquellos momentos comenzaba del declive de la tornería artística, que había dado de comer a casi todo el pueblo hasta entonces, y comenzaba el auge del agua envasada.


Mis veranos en el pueblo eran tranquilos, con unos días de excursiones por el bosque, otros días de pura diversión en alguna playa cercana y otros de visitas a la interminable familia que habitaba por allí.


En una calle del pueblo se hallaba Ia discoteca local, que también era la piscina existente en el pueblo por aquel entonces. La discoteca estaba de moda y era una de Ias escasas opciones de diversión para la gente joven del pueblo. En la noche del viernes y el sábado, pues ya imaginaréis. Era todo aquello que produce la mezcla de alcohol, drogas, juventud y música. Yo por entonces era un preadolescente.


Unos familiares vivían justo enfrente de la citada discoteca. En las visitas y encuentros que se producían en el mes de vacaciones, nos poníamos al día de las cosas sucedidas desde el verano pasado, se arreglaba el país, ya sabéis. Pero recuerdo que siempre prevalecía un tema de conversación en aquellos días: la discoteca.


Ellos no paraban de narrar incidentes, desperfectos, orines en la puerta, cristales, frenazos, motos sin escape, acelerones, peleas, derrapes, ruido y más ruido sin parar durante toda la noche. Desesperados, nos decían que el Ajuntament pasaba totalmente de ellos y que el único que daba la cara era un miembro de la policía local (Romani, mi recuerdo y reconocimiento donde quiera que estés). El ruido no les dejaba dormir ni descansar con el agravante de tener niños muy pequeños en casa.


Han pasado cuarenta años desde entonces. Aquella discoteca y su piscina ya llevan años cerradas. Ya no hay frenazos, alcohol, cristales ni orines. Ni motos, drogas o derrapes. Ni broncas. Ya no hay insomnio, desesperación ni ruido y más ruido. Ahora todo ha cambiado de lugar, de barrio, más a Ias afueras.


Un buen día el Ajuntament decide utilizar un local que tiene en desuso como perrera municipal. Pasa el tiempo y Ias molestias de los pobres canes allí acogidos y saturados van a más, y desde hace seis meses se vuelven insoportables. Los aullidos y ladridos, día y noche sin parar. Consciente del asunto y lejos de solucionarlo, el Ajuntament calla, miente y mira para otro lado. Les da igual. Es evidente que ni el alcalde ni algún regidor ni personaje ilustre del pueblo o amiguete de la causa vive al lado de la perrera. Quizá entonces hubiéramos tenido suerte.


Acabo ya. Por si hace falta indicarlo. El pueblo es Sant Hilari Sacalm. La discoteca es el Club Villaret. El lugar es el Carrer de la Piscina. Y el pequeño hijo de aquellos familiares, hoy en día es regidor en el Ajuntament y comparto apellido con él.


Oscuento El tiempo desnuda. Desnuda actitudes, memorias, mentiras y pasados. Es curioso cómo la gente que ya ha pasado por ciertos sucesos y situaciones, son los más falsos, cobardes y faltos de empatía con aquellos a quienes deberían apoyar, fruto de la comprensión. Un puro fraude.


Y colorín colorado, este cuento... NO se ha acabado. La perrera sigue en su sitio. Los pobres perros descuidados y Iadrando y aullando, mis familiares mudos y el regidor que comparte apellido conmigo, calladito. Y casi mejor que lo esté porque la única vez que se ha dirigido a mí en privado fue el 31 de agosto pasado y el motivo era para que parara mis actividades en redes sociales y medios de comunicación, adornándolo con imprecisiones, y embustes sobre que el problema de la perrera “se solucionaría en unos días”.


Y lleva mi apellido, el pájaro...




 
 
 

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